Silvia Arenas, Cecilia Salazar y Enrique Javier Díez Gutiérrez, profesoras de Enseñanza Secundaria y Profesor de la Universidad de León,
El pasado julio, en una tórrida tarde madrileña, fuimos al Senado. El Parlamento, como el país en general, parece que amenaza ruina y lo estaban apuntalando y haciendo reformas, como el PP cada viernes con el derecho al trabajo, la sanidad, la educación o los servicios públicos. Por supuesto, todas estas reformas las pagan los “contribuyentes”.
Dado que el Parlamento estaba en obras, las sesiones parlamentarias se habían trasladado al Senado, en frente del Palacio Real. Posiblemente para que no se nos olvidara que la monarquía acechaba a la cámara de los representantes de la soberanía popular, en estos tiempos de corrupción y cacerías entre las filas de su augusta majestad, a cuyo Bárcenas particular le siguen denominando yerno.
Pues bien, el grupo parlamentario de la Izquierda Plural había podido invitar a sólo tres miembros de la comunidad educativa, dentro del escaso cupo que la burocracia parlamentaria permite a los grupos políticos al margen del bipardismo, para que asistieran al debate del trámite parlamentario de la propuesta de Ley educativa (LOMCE) que el PP está empeñado en sacar adelante contra viento y marea de toda la comunidad educativa y del resto del arco parlamentario. No sólo están en contra de todos los demás grupos parlamentarios que han presentado once enmiendas a la totalidad para que el Ministro Wert retirara la Ley y de paso se retirara él, como pedía el grupo de la Izquierda Plural, sino que están en contra de la misma comunidad educativa que le ha hecho más movilizaciones y huelgas, algunas históricas, que a cualquier otro ministro de “deseducación” que ha pasado por esa sede ministerial.
Pero los integrantes del PP son talibanes religiosos en la economía y la ideología, conversos fanáticos del neoliberalismo. Mezclado, eso sí, con buenas dosis de rancio conservadurismo herencia del franquismo y de la jerarquía episcopal católica, que sigue viviendo del dinero público. Como fieles creyentes creen que los demás están ciegos o no han visto aún la luz y aseguran que si sus recetas no han dado resultado (no hay más que ver cómo siguen saqueando este país y engordando los beneficios del Ibex 35, mientras aumenta el paro y los desahucios) es porque no se ha profundizado suficiente en su receta mágica: más mercado, menos Estado. Acceden a lo público para renegar de lo común y desmontarlo. Así lo están haciendo con la sanidad, los servicios y la administración pública y, por supuesto, no podía ser menos, con la educación pública.
Así que decidimos asistir al debate parlamentario que se celebraba en el Senado sobre la LOMCE, para ver si, efectivamente, veíamos la luz y comenzábamos a comprender por qué el PP defiende con uñas y dientes que la letra con sangre entra y que hay que apartar cuanto antes a los hijos e hijas de las clases trabajadoras de sus hijos e hijas, dado que los suyos tienen talento, aunque sea para hacer ingeniería financiera, como ahora denominan sus cachorros a “hacer el Bárcenas”.
Queríamos entender la filosofía de esta ley que supedita la educación a los intereses del mercado, suprime materias y contenidos poco “útiles” en ese mercado, sí, esos que “distraen” y que incluye a las empresas como parte del Sistema Educativo, otorgando un papel subsidiario a la Escuela Pública. Queríamos vislumbrar los doctos argumentos por los que proponen la segregación temprana, la eliminación progresiva de la comprensividad, la aceptación de la concertación de la educación diferenciada por sexos, las reválidas como instrumentos de selección, segregación y expulsión temprana del sistema educativo, la supresión de los cauces democráticos de participación de la comunidad escolar, el refuerzo del adoctrinamiento católico en la escuela o la vuelta a un curriculum controlado por la administración educativa.
Pero nuestra pretensión de asistir a una sesión “democrática” y “educativa” se vio frustrada nada más llegar a lo que debía ser la casa del pueblo, el Senado, que no es más que un lugar “okupado” por la sacra mayoría absoluta de los hooligan del PP. La primera lección la recibimos cuando funcionarios públicos y privados de los cuerpos de seguridad nos obligaron casi a desnudarnos de cuerpo entero para ser cacheadas de arriba abajo, varias veces, en busca de, suponemos, “artefactos de destrucción masiva”, como camisetas verdes con el lema “Escuela Pública de tod@s y para tod@s” o pasquines subversivos proclamando LOMCE NO. Menos mal que ya estamos acostumbradas a las prácticas “antiterroristas” que han instaurado para protegernos de nosotras mismas y nos colocamos la cinta del pelo con el emblema LOMCE NO en las bragas. Hasta ahí, estos señores tan pudibundos no llegaron. Porque claro, qué les diría Rouco Varela si se entera que buscan la LOMCE hasta en las bragas de las señoras.
Parece que el PP está convirtiendo símbolos de la lucha por la defensa de la educación pública en símbolos antisistema a los que se les aplica técnicas de control y disuasión propios de la lucha antiterrorista. Esto hace que una parte de la ciudadanía sienta miedo de poder expresar sus demandas y reivindicar sus derechos en las calles y en los espacios públicos, como si el PP hubiera instaurado de nuevo aquello de “la calle es mía” de su ínclito antecesor Fraga Iribarne. De esta forma, mediante el miedo, el control y la represión, el PP está buscando desactivar la protesta civil, la desobediencia cívica, el cuestionamiento de sus políticas, la disidencia contra sus recortes.
El ministro, que afirma que las críticas le crecen como a un “toro bravo”, definía la LOMCE en esa sesión parlamentaria, con una frase que ha tenido poco eco en los medios de información, como “un arma de construcción masiva”. Frase aplaudida de forma unánime y convulsa por sus propios colegas de partido como hinchas en un estadio. Construcción masiva de mano de obra barata, de masas acríticas y sumisas que no cuestionen, que no piensen, que sólo se preparen para trabajar en el actual mercado laboral precario y temporal. Este parece ser el fin de la nueva contrarreforma educativa.
Ese pensamiento único es incólume a cualquier cuestionamiento, a cualquier disidencia. Se vio inmediatamente, cuando se presentaron las enmiendas de los grupos de la oposición, los diputados del PP, exahustos de haber escuchado el sesudo discurso de su ministro, se levantaron en tropel y se fueron. Aunque algunos se quedaron jugando con su tablet o manteniendo una agradable conversación con el “compa” de asiento.
Una se ha imaginado siempre que un parlamento es ese lugar al que se va a hablar y a escuchar. Pues no, qué va, hombre. Eso era antes, antiguamente, dicen que cuando los griegos. En las sociedades modernas eso ya no ocurre. Escuchar al otro no tiene el menor interés para personas sometidas a la disciplina de partido.
El problema está en que escuchar al otro en el Parlamento no es una “elección personal”, es su trabajo. ¿Qué dirían los 6 millones de parados si hubieran visto su comportamiento pueril en la sesión del pleno, que hasta el Presidente Jesús Posadas tuvo que llamar cuatro (¡cuatro¡¡¡) veces al orden? Sí, estos son los mismos del PP que nos llaman “vagos” a los profesores.
Eso sí, el Ministro aguantó como un jabato, ahí, sentadito, las réplicas de la oposición. Incluso cuando le preguntaron: “¿Pero señor Wert, no se siente usted ridículo volviendo a traer a la escuela la religión como evaluable? ¿Señor Wert piensa de verdad que la sociedad va a aguantar tanta caspa?”. Nosotras iríamos más allá y preguntamos: señor Wert, ¿de verdad usted cree que nos vamos a dejar “birlar”, así en nuestra cara, el derecho a la educación que tanto sudor y luchas nos ha costado en este último medio siglo de escolarización creciente de la población? ¿De verdad piensa que nos vamos a dejar “arrebatar”, con esa chulería propia de viejos amos y nuevos señoritos, TODOS los derechos conseguidos con el sudor de la frente de la clase trabajadora? No, no y no mil veces, aunque para ello tengamos que “pasar como terroristas” con la LOMCE en las bragas. No vamos a aceptar una ley de educación sectaria, basada en las ansias enloquecidas del mercado y la economía capitalista, que nos hace retroceder en igualdad y democracia a tiempos ya muy pasados.
Seguiremos dando la cara en nuestras calles, en nuestras plazas, reuniéndonos en nuestros centros con familias y estudiantes, con todas las que defendemos una escuela pública y de calidad. Les esperamos el 24 de octubre en nuestras calles, en la huelga general de educación contra su ley, contra su ideología, contra sus recortes y contra el tipo de sociedad que representan. Si hemos convertido una simple camiseta en una supuesta arma de destrucción masiva y una simple frase “LOMCE NO” en una proclama terrorista… de qué no seremos capaces. ¿Será que, en efecto, el miedo está cambiando de bando?
Ustedes votarán lo que quieran entre café y gin tonic, y les parecerá que han ganado algo pero saben tan bien como nosotras que la batalla en las calles, en las casas y en la opinión de los ciudadanos y ciudadanas ya la hemos ganado nosotras.