Corresponde a una parte de la ponencia “Globalización y sociedad, principales problemas del mundo actual (qué puede hacerse desde la escuela)”
Dicha ponencia fue presentada en el primer Encuentro de los Proyectos de Intervención en Centros del curso 2009 – 2010 . En ella se trataba de enmarcar el mundo en que se ubica la Escuela en la actualidad y, en una segunda parte, ver cómo ésta debe actuar.
Introducción: ¿qué es realmente la globalización?
La globalización, término que el Diccionario de la Real Academia Española incorpora en su 22ª edición (2001) y de la que dice que es la “tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales”, es, estrictamente hablando, la mundialización de la economía y la cultura, es decir, la interconexión e interdependencia, tanto a nivel económico como a nivel cultural, entre todos los países del mundo. En este sentido, la globalización ni es algo nuevo. Pero es a finales de los ochenta del pasado siglo XX cuando una serie de fenómenos y de acontecimientos le dan su significado actual y su máxima altura, hasta el punto de que casi sería erróneo -o al menos exagerado- llamar globalización a lo anterior. En efecto, es ahora cuando las economías de todo el mundo son realmente interdependientes unas de otras, y desde luego mucho más que nunca en el pasado. La caída del Imperio Soviético consagró, al menos temporalmente, al capitalismo como único sistema económico mundial. Por esos años, como ya vimos, el avance del neoliberalismo fue restando poder a los Estados con la consiguiente consecuencia de desregulación, eliminando las fronteras para el capital y para los productos, pero manteniéndolas, y más que nunca, para las personas. Al mismo tiempo -y tal vez lo más importante- la revolución tecnológica ha hecho posible el que cada día circulen y cambien de manos nada menos que dos billones de dólares, lo que facilita la globalización financiera, que sin duda es uno de los aspectos más importantes y peligrosos de la situación actual, como luego veremos. A la vez, esas mismas tecnologías permiten la interconexión cultural a nivel planetario. Por consiguiente, la globalización va más allá de la economía, afectando profundamente a la política, a la cultura y hasta al medio ambiente. Es más, hasta podríamos decir que la actual globalización, gestionada por una ideología abiertamente ultraliberal, afecta ante todo a la política, hasta el punto de que los efectos negativos y hasta dramáticos que está teniendo la globalización no son intrínsecos a ella misma sino que dependen más bien de la forma concreta en que está siendo gestionada. Y, como luego veremos, es precisamente contra esa gestión contra lo que protestan airadamente los millones de personas que, de una u otra manera, se enrolan en el mal llamado movimiento antiglobalización, gestión claramente ademocrática, pues la voluntad popular es sustituida por la voz de los pocos mandatarios que forman parte de organizaciones internacionales como el FMI, el BM (Banco Mundial), la OMC (Organización Mundial del Comercio) o el G-7 (grupo de los siete países más ricos del planeta). Como dice Joaquín Estefanía (2003, pág. 30), “lo central es que es un proceso que no hemos decidido las personas, que no hemos votado y que, no haciéndolo, nos perjudica como ciudadanos (aunque en muchos casos nos alegre como consumidores). Lo principal es que nos distancia de la participación ciudadana, nos anestesia de lo público, de lo colectivo”. Es por esto por lo que Bourdieu señalaba que la esencia del neoliberalismo es un programa de destrucción de las estructuras colectivas cuando éstas pueden convertirse en un obstáculo para el avance de la lógica del mercado puro. La lógica neoliberal pretende “construir un orden social cuya única ley sería la búsqueda del interés egoísta y la pasión individual por el beneficio” (Bourdieu, 1998, pág. 3), es decir, claramente la más brutal e inhumana insolidaridad, una de cuyas consecuencias, naturalmente, es incrementar la desigualdad, la pobreza y la exclusión social. Y de ahí derivan las principales consecuencias negativas de la actual globalización, del intento neoliberal de distribuir muy desigualmente la riqueza producida por la globalización, lo que está llevando a una profundización en las desigualdades Norte-Sur y a un progresivo empobrecimiento de la mayoría de los países del Tercer Mundo, así como a una peligrosa dualización social dentro de los propios países ricos, formando grandes bolsas de pobreza y hasta miseria fundamentalmente en las zonas rurales y sobre todo dentro de las grandes urbes (Cuarto Mundo). Pero de ahí deriva también la principal debilidad de la globalización neoliberal: si se hace contra los ciudadanos, éstos, antes o después, se opondrán frontalmente, lo que explica el alto interés del poder por demonizar al movimiento antiglobalización, así como por desviar la atención hacia enemigos externos (Irak, etc.). De hecho, están apareciendo ya fuertes discrepancias entre la OMC y los intereses y hasta las costumbres culturales locales, como está ocurriendo principalmente en el caso de los alimentos transgénicos, tema en que existe un enfrentamiento frontal entre Estados Unidos y Europa. ”Lo único que va a conseguir el gran boicot europeo contra los productos modificados genéticamente es poner en evidencia la debilidad subyacente tras la globalización y los actuales protocolos comerciales que la acompañan. En la lucha desatada entre el poder comercial mundial y la resistencia cultural local, la polémica de los alimentos transgénicos podría ser el botón de muestra que nos obligue a replantearnos las bases mismas del proceso de globalización” (Rifkin, 2003, pág. 14.
Así, pues, aunque la globalización se ha visto facilitada por el desarrollo de la revolución tecnológica, fundamentalmente en el campo de la información (véase Castells, 2000, 2001a, 2001b), lo que realmente le ha dado las características que ahora tiene y la ha llevado a las perversas consecuencias que está implicando, ha sido la ideología ultraliberal que la rige y sus políticas abiertamente ademocráticas. Más en concreto, la coincidencia en el tiempo de la desaparición de la Unión Soviética, con la consiguiente percepción del triunfo definitivo del capitalismo neoliberal que en aquellos momentos (1989-1991) dominaba en Estados Unidos y en Gran Bretaña, y de la explosión de la revolución tecnológica, fue la principal responsable de que el proceso de globalización traído por esa revolución tecnológica fuera gobernado, y lo siga siendo, por una política neoliberal que desconfía profundamente de la democracia, llegando a afirmar que las presiones de los ciudadanos a favor de sus propios derechos y su resistencia a la pérdida de tales derechos entorpece el funcionamiento del engranaje del mercado. Por ejemplo, el neoliberal Gary S. Becker, premio Nobel de Economía, declarara explícitamente: “Sólo los Estados que se encuentran institucionalmente protegidos frente a estas presiones pueden resistir, y los Estados democráticos no lo están”. Y es que el nuevo dios de la globalización neoliberal es el mercado, y a él debe sacrificársele todo (derechos laborales, regulación internacional…, hasta la misma democracia). El mercado es el único dios y el beneficio el único principio de comportamiento ético y moral. En consecuencia, “si la globalización depende más de los mercados que de las decisiones de las personas (directamente o a través de los representantes libremente elegidos), se pone en cuestión el concepto mismo de democracia, tal y como lo conocemos… Si los mercados son los que mandan, devienen en el poder fáctico por excelencia del siglo XXI. Hay un desplazamiento de poder desde los gobiernos a los mercados” (Estefanía, 2003, pág. 37). Y es que, como afirma Joseph Stiglitz (2002), premio Nobel de Economía de 2000 y nada menos que ex vicepresidente del Banco Mundial, nos encontramos actualmente en plena dictadura y fundamentalismo del mercado.
Consecuentemente, como yo mismo decía en otro lugar (Ovejero, 2002), la palabra globalización es una absoluta mentira en sí misma y una total e hipócrita falsedad. Como sostiene Chomsky (2001), es la imposición ideológica, política y económica de las grandes multinacionales, fundamentalmente estadounidenses, haciendo que volvamos a la ley de la selva aunque, también ésta, llamada ya de otra manera: ley del mercado. De hecho, decir globalización es casi tanto como decir “norteamericanización”, en el sentido de sometimiento al imperio estadounidense y en concreto a sus grandes multinacionales: tal vez los tres principales símbolos de la globalización sean Coca-Cola, MacDonald’s y la CNN. Algo similar escribía no hace mucho el psicólogo social José Ramón Torregrosa en el periódico iberoamericano Hoy (27 de abril de 1999), al afirmar que la globalización es un proyecto ideológico para desarmar a los países que van a verse sometidos, prolongadamente, a la subordinación. La globalización posee algún fundamento que tiene que ver con la tecnología que se ha universalizado; el capital encuentra cada vez menos restricciones a su libertad de movimiento, pero más allá del universalismo de la tecnología no cabe duda de que se trata de una coartada para reafirmar una dominación que se inicia con la formación del mundo capitalista”. Sin embargo, la expansión del mercado global está generando grandes problemas sociales, al menos porque el desarrollo capitalista no es igualmente aplicable en todos los países y todas las regiones, sea cual sea su idiosincrasia y su nivel de desarrollo (Gray, 1998). En esta misma línea, el citado Stiglitz (2002) hace un diagnóstico contundente: “La globalización actual no funciona”. No funciona a nivel laboral, pues provoca desempleo, precariedad laboral, etc.; no funciona a nivel social, pues cada vez hay más personas excluidas; ni tampoco funciona a nivel político, pues la democracia se está viendo cada vez más debilitada. Como escribe el sociólogo alemán Ulrich Beck (1998), próximo a la “tercera vía” pero más sensible que Giddens a los problemas generados por la llamada “nueva economía”, “los empresarios han descubierto la nueva fórmula mágica de la riqueza, que no es otra que capitalismo sin trabajo más capitalismo sin impuestos” . Eso es actualmente la globalización.
Ahora bien, para entender bien qué es realmente la globalización, sería conveniente distinguir entre mundialización y globalización propiamente dicha: mientras que la primera sería algo más puramente técnico y neutro, la progresiva interdependencia de las economías de todos el mundo , la segunda sería algo claramente ideológico . En efecto, la actual Revolución Tecnológica está, ya no haciendo posible, sino facilitando y casi hasta exigiendo una fuerte interdependencia entre todos los países. Y esta interdependencia no es sólo económica, sino también cultural, política y hasta ecológica. Sin embargo, ello, que no tiene por qué ser negativo, está siendo gestionado por los vencedores de la guerra fría, el capitalismo internacional, principalmente el norteamericano, de la mano de las grandes empresas transnacionales, con lo que, además de haber terminado con el Estado del Bienestar y sus principales características (pleno empleo, seguridad social generalizada con lo que ello suponía de sanidad y enseñanza de calidad y gratuitas, subsidio de enfermedad y de desempleo, pensiones dignas, etc.), ha dado lugar a nuevos y serios problemas (reconozco que algunos de ellos no son nuevos en sentido estricto pero sí adquieren hoy día nuevas y peligrosas connotaciones, etc.). Digamos que la mundialización no es algo negativo e incluso que, bien gestionada, podría ser altamente positivo, pero que tal como es gestionada por los vencedores de la tercera guerra mundial, la guerra fría, que tuvo lugar entre 1945 y 1990 , es profundamente dañina para miles de millones de los habitantes del planeta y para el planeta mismo, como luego veremos.
Ahora bien, si en casi todos los países del mundo occidental, y en cada vez más países del resto del mundo, el sistema político imperante es la democracia, aunque sea meramente formal, que, como es bien conocido, se rige por elecciones libres, ¿cómo es posible que se apoye a un sistema que sólo beneficia a un 20% de la población, y en sentido estricto a unos pocos millones de personas, mientras que se perjudica al 80%? ¿Cómo es posible que se defienda en las urnas un sistema en el que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres? La razón es sencilla: como siempre, como en todos los sistemas, sobre todo los más injustos, sólo una ideología muy concreta puede dar cuenta de tal situación. Ésa ideología no otra que el neoliberalismo , que haríamos mejor en llamar ultraliberalismo , y que es la ideología que justifica y hasta legitima el “nuevo orden social mundial” y que sirve para enmascarar las grandes injusticias que provoca tal sistema y los múltiples y serios problemas que produce, como enseguida veremos.
Y eso sería la globalización, el sistema mundial (económico, cultural y político) que se basa en la apropiación por parte de una minoría de la población mundial de las enormes riquezas producidas por la Revolución Tecnológica, desplazando a buena parte de la humanidad del disfrute de las riquezas y a menudo hasta de la mera utilización de las nuevas tecnologías (recordaré sólo que más de 4.000 millones de personas nunca han hecho una llamada telefónica, y que son muchos más aún los que jamás han visto un lavaplatos o han utilizado un ordenador) y que para conseguirlo está introduciendo en el mundo del trabajo cosas como unas cada vez más altas tasas de desempleo, una cada vez mayor precarización laboral, una ya larga reducción salarial (por ejemplo en Estados Unidos los trabajadores sin cualificar han visto reducirse sus salarios desde 1973), etc.
Como dije antes, los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres .
El contenido de esta ideología neoliberal, que por ser hoy día dominante, su éxito descansa en el hecho de que la mayoría de personas la hemos internalizado en mayor o menor grado y que, como ocurre con todas las ideologías, ni siquiera somos conscientes de que nos está influyendo, podría ser resumida en estas siete premisas, que, juntas, constituyen lo que se viene llamando pensamiento único :
1)El mercado debe dominar absolutamente sobre la política y, por tanto, sobre las personas: la ley del mercado es la única que debe regular las relaciones entre las empresas y sus trabajadores;
2) El beneficio económico es lo único que cuenta;
3)Un gran descrédito de lo público precede a una de sus premisas básicas que no es otra que la necesidad de privatizar las empresas públicas, lo que no significa otra cosa que un auténtico expolio de lo que es de todos por unos pocos;
4)Mínima intervención de los poderes públicos, elegidos democráticamente, en los asuntos económicos, puesto que es el mercado el único que debe intervenir, imponiéndose así una dictadura del mercado y del capital financiero y un consiguiente empobrecimiento y debilitamiento de la democracia; A ello debe añadirse dos nuevos rasgos, esencialmente psicológicos estos o, mejor dicho, psicosociales:
5)Progresivo individualismo (cada uno debe ocuparse sólo de sí mismo y de sus propios asuntos y desentenderse de las demás personas). Con ello los nuevos amos del mundo consiguen dividir a sus posibles oponentes. Además este individualismo se ve facilitado por las mismas tecnologías nuevas como la televisión, el walkman, el móvil, el automóvil frente al transporte público, etc.);
6)La creencia de que la competición siempre es buena, caiga quien caiga y pierda quien pierda, tanto dentro de cada país (de esta manera está surgiendo un Cuarto Mundo dentro de los países ricos) como a nivel internacional (con el paulatino e imparable empobrecimiento de los países más atrasados).
De todo ello se deriva el surgimiento de algunos nuevos problemas que afectan a cada vez más personas a nivel planetario y el acrecentamiento de otros que, sin ser nuevos, están adquiriendo unas proporciones y unas características tales que podemos considerarlos como nuevos o, al menos, como propios de la actual globalización neoliberal.
Principales problemas del mundo actual
Ninguna definición ni clasificación de cualquier clase puede pretender ser inocentes. Siempre se oculta detrás alguna ideología y, a veces, incluso también intereses concretos. Tampoco pretendo yo ser neutro aquí. Por el contrario mi posición está clara y no es otra que una ideología abiertamente igualitarista, solidaria y libertaria, que además defiende que la educación, la cooperación y el pensamiento crítico de los ciudadanos siguen siendo instrumentos útiles para resolver los problemas que nos plantea este siglo XXI recién estrenado, y que, por consiguiente, la psicología y más aún la escuela tienen mucho que decir todavía para la solución de tales problemas, como aquí intentaré mostrar. Pero es tan vertiginosa la velocidad a la que está transcurriendo la historia durante las dos o tres últimas décadas que sería presuntuoso por mi parte, y hasta irresponsable, pretender adivinar cuáles van a ser los principales problemas durante el siglo XXI, cuando ni siquiera sabemos si la especie humana seguirá existiendo a final de esta centuria. Me conformo, pues, con perfilar algunos de los más serios a que debemos enfrentarnos durante los primeros años, a algunos de los cuales dedicaremos sendos capítulos, entre los que están los siguientes:
1) Profundización en las diferencias Norte-Sur : me parece poco discutible que estamos ante el principal problema del mundo actual. Ciertamente, las diferencias entre países pobres y países ricos, desgraciadamente, no es algo nuevo, pero sí es cierto que la actual globalización está empeorando muy sustancialmente la situación de miles de millones de ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo, particularmente del Sur. La falta de tiempo me impide dar muchos datos. Veamos sólo uno: cada día mueren en el mundo unas 50.000 personas (¡cada día!), la mayoría niños menores de cinco años, por hambre o por enfermedades fácilmente curables. Por ejemplo, las grandes multinacionales farmacéuticas ya no fabrican ciertos fármacos porque ya lo les es rentable fabricarlos ya que las enfermedades que curan sólo afectan a unos cuantos miles de millones de pobres del mundo;
2)Inmigración : la dramática situación económica y social que están atravesando docenas y docenas de países lleva a millones de sus habitantes, sobre todo jóvenes, a pretender mejorar su existencia, para lo que intentan viajar a los países ricos del Norte, pagando para ello un alto precio, a menudo incluso con su propia vida. Y cuando llegan al mundo rico, los que lo consiguen, son brutalmente rechazados de las más variadas maneras, produciéndose altas tasas de racismo y de xenofobia.
3) Progresivo empeoramiento de las condiciones laborales en los países ricos: el neoliberalismo está empeorando muy sustancialmente las condiciones de vida laboral de los trabajadores – y más cuanto menos cualificados profesionalmente estén- de los países ricos (desempleo, precarización del trabajo, desregulación laboral, despido libre, reducción salarial, etc.), lo que está teniendo importantes consecuencias sobre las formas de vivir y de pensar de los hombres y mujeres occidentales.
4)Incremento del acoso psicológico en el trabajo: el término mobbing o maltrato psicológico en el trabajo (algunos llegan incluso a llamarlo “psicoterrorismo”) está comenzando a formar parte, desgraciadamente, de nuestro lenguaje cotidiano. A medida que la sociedad se hace más democrática y los abusos y maltrato físico no están permitidos, más se acude al acoso o maltrato psicológico, que por ser más difícil de demostrar, se está generalizando en el mundo laboral, como veremos más detenidamente mañana.
5) Violencia contra los jóvenes, las mujeres y los menores : la violencia -y no sólo simbólica- contra los jóvenes proviene principalmente de la situación de provisionalidad, cuando no de marginación, en que se tiene a millones de ellos como consecuencia de que, como es bien conocido, el desempleo y la precarización laboral les afecta muy particularmente -así como a las mujeres- dificultándoles e incluso con frecuencia impidiéndoles desarrollar proyectos de futuro para sus vidas, no pudiendo hacer, en muchísimos casos, ningún tipo de proyecto laboral y profesional, lo que con frecuencia les impide hacer ni siquiera proyectos de pareja y menos aún proyectos de familia.
En cuanto a las mujeres, éstas son especial blanco de la política laboral del neoliberalismo afectándoles particularmente el desempleo, la precariedad laboral y la pobreza. En efecto, la reducción de los gastos sociales, aspecto central de las políticas neoliberales, echa más tareas y más trabajo sobre las espaldas de las mujeres. Veamos un par de datos al respecto: 1) Las mujeres representan la mitad de la población mundial, pero proporcionan las dos terceras partes de las horas trabajo, mientras que, por otra parte, sólo ganan una décima parte de la renta nacional; y 2) la mayor parte del trabajo de las mujeres es gratuito y no es contabilizado en la economía mundial. Además, justamente para permitir la compatibilidad de la reducción de salarios y del el mantenimiento del consumo de las familias, se ha potenciado la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado (porque trabajar, trabajaron siempre, y mucho). Y tal incorporación se da justamente en el momento en que peores condiciones laborales existen, además de que tales malas condiciones de trabajo afectan más aún a las mujeres (precariedad de los contratos, desempleo, bajos salarios, etc.).
Por último, la nueva violencia contra los menores, que, más que nueva, es, también ella, una vuelta atrás, se refleja principalmente en el trabajo infantil. Dado que este tema no le veremos, me extenderé un poco más aquí. Según el informe publicado por la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) en noviembre de 1996, unos 250 millones de niños entre los cinco y los catorce años trabajaban por un salario en los países en vías de desarrollo, de los cuales 120 millonnes lo hacían a tiempo completo. De ellos unos 153 millones estaban en Asia, 80 millones en África y 17,5 millones en América Latina, siendo África la que posee la incidencia más elevada de trabajo infantil, en torno al 40% de los niños entre los cinco y los catorce años. Y tales cifras no hacen sino elevarse a medida que la globalización neoliberal va imponiéndose, existiendo cada vez más trabajo infantil también en los países ricos, sobre todo en Estados Unidos (véase Dumaine, 1993) y en Gran Bretaña (véase Lavalette, 1994). Y peor aún es, sin duda, la situación de “los niños de la calle” en muchos países iberoamericanos. Así, un estudio de 1989 sobre los niños de la calle de Río determinó que 14,6% vivían solos en las calles, sin sus familias, de los que el 80% eran ya adictos a drogas. Y peor aún, si cabe, es la situación de las niñas, que trabajan principalmente en el ámbito doméstico, frecuentemente expuestas a abusos de todo tipo. Así, unos cinco millones de niños están empleados como trabajadores domésticos en Indonesia y medio millón en Sri Lanka. Una proporción sustancial de trabajadores domésticos infantiles son muy jóvenes; el 24% en Bangladesh y el 26% en Venezuela tenían menos de diez años. Estas trabajadoras domésticas tienen jornadas incluso de entre diez y quince horas diarias bajo abuso físico, mental y sexual (OIT, 1996, pág. 15).
Pero el factor más importante del empleo de niños parece ser su indefensión , que conduce a una imposición relativamente fácil de una paga mínima y atroces condiciones laborales. Sin embargo, como afirma el citado informe de la OIT (1996, pág. 20), puesto que los niños no poseen una cualificación irreemplazable y con frecuencia no son mucho menos costosos que los adultos, parece que una importante explicación para contratarlos no es económica, sino que reside en el hecho de que los niños son menos conscientes de sus derechos, menos problemáticos y son más dóciles, estando más dispuestos a aceptar órdenes y a realizar un trabajo monótono sin quejarse. “Los niños como mano de obra lista para usar y tirar es la última frontera de la sobreexplotación en el capitalismo global interconectado” (Castells, 2001b, pág. 188). De hecho, añade Castells (2001b, págs. 192-193), “existe un vínculo sistémico entre las características actuales , incontroladas, del capitalismo informacional y la destrucción de las vidas de un gran segmento de los niños del mundo. Lo nuevo es que estamos presenciando una inversión dramática de las conquistas sociales y los derechos de los niños obtenidos por las reformas sociales en las sociedades industriales maduras a raíz de la desregulación a gran escala y el soslayamiento de los gobiernos por parte de las redes globales. Lo nuevo es la desintegración de las sociedades tradicionales en todo el mundo, que deja a los niños indefensos en la tierra de nadie de los barrios bajos de las megaciudades. Lo nuevo son los niños de Pakistán tejiendo alfombras para la exportación mundial a través de las redes de proveedores de los grandes almacenes de los mercados opulentos. Lo nuevo es el turismo global masivo organizado en torno a la pedofilia. Lo nuevo es la pornografía electrónica en la red a escala mundial. Lo nuevo es la desintegración del patriarcado, sin que sea reemplazado por un sistema de protección infantil a cargo de nuevas familias o del Estado. Y lo nuevo es el debilitamiento de las instituciones de apoyo a los derechos de los niños, como los sindicatos o la política de reforma social, para ser reemplazados por admoniciones morales sobre los valores familiares que con frecuencia culpan a las propias víctimas de su situación”.
6) Manipulación informativa: si las anteriores “nuevas” formas de violencia no son nuevas del todo, pero una serie de circunstancias realmente nuevas, unidas a la actual gestión neoliberal de la globalización, les proporciona muchas características novedosas así como eleva su frecuencia a niveles realmente obscenos, lo mismo ocurre con la manipulación informativa, que tampoco es nueva en absoluto, pero que algunos rasgos del actual momento histórico hacen de ella algo bien diferente de la conocida anteriormente, sobre todo estos tres rasgos: la gente cada vez se expone durante más tiempo al mensaje de los medios de comunicación de masas (por ejemplo, los españoles vemos la televisión una media de entre tres y cuatro horas diarias); la progresiva concentración empresarial en esos medios de comunicación, de forma que entre muy pocas empresas controlan más del 80% de los mensajes que nos llegan; y, finalmente, al ir vaciándose de contenido las democracias modernas y quedarse en sus aspectos formales, se convierten en demagogia, donde la propaganda lo cubre todo. En este contexto, la manipulación informativa no es la excepción sino la regla (véase Ramonet, 1998; Saunders, 2001; García Mostazo, 2003). Un ejemplo claro lo podemos ver en la manipulación informativa que utilizó Estados Unidos para justificar primero guerra del Golfo y luego la invasión de Irak. Conocidos son ambos casos. Así, respecto del primero, como escribía recientemente El País (1 de febrero de 2003), el 10 de octubre de 1990, dos meses después de la invasión iraquí en Kuwait, una adolescente kuwaití de 15 años, simplemente identificada como Nayirah, apareció ante la Cámara de Representantes norteamericana para denunciar los horrores de la ocupación irakí. Con lágrimas en los ojos, describió cómo los soldados habían irrumpido en el hospital en el que ella trabajaba como voluntaria y, “con armas y pistolas, sacaron a más de trescientos niños de las incubadoras y los dejaron morir en el suelo”. Tres meses después empezaba la guerra, y ya tenía una “justificación” más, de tipo emocional. De hecho, esta historia de las incubadoras fue ampliamente utilizada por el entonces presidente Bush para convencer a una opinión pública opuesta a la guerra. Sólo después se supo la verdad: Nayirah era hija del embajador de Kuwait en Estados Unidos, Saud Nasir al Sabh, y su testimonio, que resultó ser falso, había sido cuidadosamente preparado por una de las mayores firmas internacionales de relaciones públicas, Hill and Knowlton, para lo que seleccionaron cuidadosamente “los mensajes que más podían conmover a los estadounidenses”.
7) Problemas ecológicos: si unimos el dominio del mercado sobre cualquierotrointerésysobrecualquierotrovalor con el hecho de que lo único que cuenta es el beneficio económico a corto plazo para los inversores, no es de extrañar que quien sale perdiendo, además de los pobres del mundo, sea precisamente el propio planeta, la naturaleza, de tal manera que la deforestación, la desertización consiguiente, la eliminación de cientos y cientos de especies animales, el calentamiento de la tierra, el cambio climático, la reducción de la capa de ozono, etc. puedan ser considerado como un problema auténticamente de nueva violencia de la actual globalización, pues supone una clara violencia contra los pobres del mundo que padecen estos problemas sin disfrutar de las conductas que los producen (posesión de automóvil o de ordenador, tener aire acondicionado, etc.) y sobre todo contra las generaciones venideras.
8) La nueva esclavitud: si algún lector aún tiene dudas sobre si son o no son modalidades especialmente dramáticas de violencia las que hemos visto hasta ahora, imagino que pocos dudarán de que es indiscutiblemente violencia lo que se hace con aquellas personas sometidas literalmente a la condición de esclavos, como les ocurre actualmente a millones de personas. Aunque, dado que la esclavitud constituye un negocio ilegal, las cifras que se dan no pueden ser totalmente fiables, sin embargo un auténtico experto en este campop, Kevin Bales (2000), calcula que actualmente hay en el mundo 27 millones de esclavos, y que viven en unas condiciones infinitamente peores a las que tuvieron los esclavos de otras épocas (véase sobre este tema el excelente tratado de Hugh Thomas, 1998). Dado el dramatismo de este “nuevo fenómeno”, que creíamos desterrado para siempre, veámoslo algo más detenidamente, siguiendo al citado Bales (2000), quien define al esclavo como “persona retenida mediante violencia o amenazas para ser explotada económicamente”. Ya que, como ya hemos dicho, la esclavitud es ilegal hoy día en casi todas partes y no puede existir la propiedad legal de seres humanos, “cuando se compran esclavos en la actualidad, no se pide un recibo o un documento de propiedad, pero se adquiere el control sobre esos esclavos y se utiliza la violencia para mantenerlo. Los propietarios de esclavos disfrutan de todas las ventajas de la propiedad sin asumir ningún deber” (Bales, 2000, pág. 6). Y añade Bales (págs. 10-11): “En nuestra economía global, una de las razones que dan las compañías multinacionales para explicar el cierre de sus fábricas en el primer mundo’ y la creación de otras nuevas en el tercer mundo’ es el bajo precio de la mano de obra. La esclavitud constituye una parte importante de estos ahorros. Ningún trabajador asalariado, por muy eficiente que sea, puede competir económicamente con un trabajador forzoso, es decir, con un esclavo”. Y en última instancia, la causa de la esclavitud es evidente: actualmente el único dios al que adoramos es el dinero, de forma que la moralidad del dinero invalida cualquier otra consideración. El beneficio económico, y a corto plazo, es el único “indicador moral” de conducta universalmente aceptado. Todo tiene que ser rentable, y serlo a corto plazo: tal beneficio lo justifica todo, hasta el más inhumano trato a las personas. Estamos ante la forma más execrable de exclusión social jamás conocida. Y este tipo de exclusión es algo propio y característico de la actual gestión neoliberal de la globalización, habiéndose convertido también muchas personas en un material desechable. “Allí donde se sigue practicando la antigua esclavitud, el cautiverio dura para siempre. Una mujer mauritana nacida en cautiverio tiene muchas probabilidades de seguir siendo una esclava toda su vida. Sus hijos, si los tiene, también serán esclavos, y esta situación se prolongará durante generaciones. Pero hoy día casi todos los esclavos son temporales; algunos sólo son esclavizados durante unos meses. No resulta rentable mantenerlos cuando no son de utilidad inmediata. En estas circunstancias, no hay razón para hacer grandes inversiones en su mantenimiento y no tiene mucho sentido asegurarse de que sobrevivan a la esclavización. Los esclavos del sur de Estados Unidos recibían un trato espantoso, pero interesaba que viviesen muchos años. Los esclavos eran como un ganado de lujo: el dueño de la plantación tenía que recuperar la inversión realizada. También interesaba que se reprodujesen con rapidez, pues resultaba más barato criarlos que comprar esclavos adultos. Hoy ningún patrono está dispuesto a gastar dinero en mantener bebés inútiles, por lo que las esclavas, especialmente las prostitutas, son obligadas a abortar. Y tampoco hay razones para cuidar la salud de los esclavos: la medicinas cuestan dinero, y es más barato dejarlos morir” (Bales, 2000, págs. 16-17). A los esclavos actuales les alimentan mal y les obligan a trabajar en las peores condiciones, pues si mueren pronto serán reemplazados por un precio prácticamente nulo. Y la única forma que tenemos de luchar contra tan terrible fenómeno, que no está dejando de crecer, es hacer que no sea rentable, para lo que ante todo debemos conocerlo, denunciarlo y no colaborar a su existencia. Así, por ejemplo, “¿de verdad estamos dispuestos a mirar felizmente cómo nuestros hijos juegan con balones de fútbol fabricados por niños esclavos? Todo el que tiene hijos desea lo mejor para ellos, pero ¿puede comprarse lo mejor para nuestros hijos a costa de los hijos de otros?” (Bales, 2000, pág. 278).
Veamos un paradigmático ejemplo, particularmente dramático, de lo que acabamos de decir, siguiendo al citado Kevin Bales (2000): el de las niñas que en Tailanda son obligadas a trabajar, como auténticas esclavas, en el campo de la prostitución, cosa que se ve favorecida por las propias normas culturales y religiosas de ese país. En efecto, por una parte, la religión tailandesa mantiene que las mujeres son inferiores a los hombres, mientras que, por otra, las normas culturales colocan tanto a los niños como sobre todo a las niñas en perpetua deuda con sus padres. “En Tailandia siempre se ha dado por sentado que las niñas tienen que contribuir a completar los ingresos familiares y saldar la deuda contraída por sus progenitores. En casos extremos esto significa venderlas como esclavas, sacrificarlas por el bien de la familia. Al mismo tiempo, algunos padres se dan cuenta en seguida del negocio que supone la venta de sus hijas. El pequeño número de niñas que se vendían antiguamente como esclavas se ha convertido en un aluvión. Este aumento refleja los profundos cambios que se han producido en Tailandia durante los últimos cincuenta años, a medida que el país experimenta el tremendo reajuste de la industrialización: el mismo proceso que desgarró a Europa hace más de un siglo” (Bales, 2000, pág. 44), cambios que se hace necesario entender para comprender esa nueva y cruel esclavitud y que están relacionados con la actual globalización. De hecho, ya desde antiguo las familias tailandesas solían vender a sus hijas cuando tenían problemas económicos, que es precisamente una situación actualmente generalizada en la población campesina: la creciente y vertiginosa industrialización de Tailandia, uno de los “dragones” asiáticos, hizo subir los precios, mientras que los rendimientos del campo permanecieron estancados como consecuencia de la política gubernamental de mantener bajo el precio del arroz para poder de esta manera alimentar a los obreros de la construcción y de la industria de Bangkog. Así, el empobrecimiento de la población campesina favorece la prostitución, pues pueden vender a sus hijas por una cantidad que suele oscilar entre los 750 euros y los 1.800, que son los ingresos de un campesino de todo un año. A la niña se le dice que ésa es la deuda familiar que ella tiene que pagar con su cuerpo, de tal forma que, dado que está convencida de su obligación con sus padres, será siempre obediente y sumisa a todo lo que la exijan sus nuevos “propietarios”. A la vez, la televisión -y no sólo ella- va vendiendo la sociedad de consumo por todo el país, con lo que también los campesinos desean ardientemente los bienes de consumo de la nueva época (frigoríficos, coches, televisores, móviles, etc.) que se les ofrece todos los días por la pequeña pantalla. Y para dar satisfacción a tal fiebre consumista echan mano del recurso tradicional: venden a sus hijas. Por otra parte, y complementariamente con lo anterior, el propio crecimiento económico del país y la acelerada urbanización han hecho crecer la demanda de prostitutas: los obreros urbanos, antes trabajadores pobres del campo, ganan relativamente mucho dinero y pueden permitirse el lujo de frecuentar los burdeles, como hicieron siempre los ricos y a ellos les estuvo tradicionalmente vedado. Así, y aprovechándose de las costumbres culturales tailandesas, ahora desnaturalizadas por el egoísmo de unos padres también desnaturalizados por la fiebre consumista, el desarrollismo industrial y tecnológico tailandés utiliza a miles y miles de niñas campesinas como prostitutas para parchear los problemas sociales que los bruscos cambios económicos han originado. Si a todo ello añadimos el “turismo sexual” que fomenta Occidente, no nos extrañará que las consecuencias sean realmente terribles: las ganancias de los dueños de los prostíbulos son altísimos, calculándose que por cada chica pueden ganar más de siete millones de pesetas al año (por ejemplo, “desflorar” a una chica virgen suele costar entre 30.000 y 300.000 pesetas, dado que hay una cierta garantía de que ella no padece SIDA, aunque no la hay en absoluto de que ella sea contagiada). Para las niñas, en cambio, los costes son realmente dramáticos tanto física como psíquicamente: las palizas son cotidianas, el contagio de SIDA frecuentísimo, etc. Un alto porcentaje de las niñas que salieron de sus aldeas para convertirse en “esclavas sexuales” vuelven pocos años después para morir de SIDA, antes de cumplir los 18 ó los 20 años, y eso en el caso de que sus familias las admitan en esas condiciones.
Existen otros muchos casos de esclavitud real y en peores condiciones que en épocas pasadas. Pero la situación es sumamente difícil de solucionar, pues como señala Bales (2000, pág. 349), “dada la penetración de las empresas multinacionales en los países en desarrollo, el hecho de que la deuda pueda transformarse en esclavitud está favoreciendo, en última instancia, a la economía global”: el beneficio es lo único que cuenta . Pero nosotros aún podemos hacer mucho: otra sociedad es posible, pero no vendrá sola, sino que tenemos que ser nosotros, todos nosotros, quienes la hagamos posible. Por consiguiente, si queremos hacer algo para evitar este serio problema tenemos un camino abierto: el beneficio de las multinacionales. “Los esclavistas defenderán con violencia sus lucrativos negocios, pero se alejarán de los esclavos y los negocios si éstos dejan de darles dinero. La estrategia clave para acabar con la esclavitud es por tanto centrarse en los beneficios” (Bales, 2000, pág. 255). Porque no olvidemos que todos podemos estar lucrándonos de la nueva esclavitud, por ejemplo comprando ciertos productos o incluso, en algunos casos, contratando un fondo de pensiones: ¿cuántos eslabones han de mediar entre el esclavo y el “propietario” para que la responsabilidad de este último pueda darse por extinguida? Sé que es difícil conocer bien esta compleja madeja oscura de intereses oscuros, pero ¿hasta qué punto la ignorancia es a veces mera excusa? Al fin y al cabo, mientras las bombas caían por cientos cada día sobre Bagdag, Ana Palacio, nuestra ministra de Asuntos Exteriores, decía textualmente: “Las bolsas han subido y el petróleo ha bajado. Ya los ciudadanos pagan unos céntimos menos por la gasolina y el gasóleo. Eso son datos”. Para no ser cruel con la ex – ministra, no quiero recordar el precio actual del petróleo. Pero siendo no cruel con ella, sino responsable, me pregunto: ¿De verdad hemos caído tan bajo que mientras mueren tantas personas inocentes y mientras aparecen por doquier nuevas formas de violencia, casi siempre contra los más indefensos y más pobres del planeta, ésos son los datos que nos interesan, el que el petróleo baje unos céntimos y la bolsa suba unos enteros? ¿Es que de verdad hemos caído tan bajos que las personas ya no nos importan, y que ni siquiera nos importan nuestros nietos y los nietos de nuestros nietos, y ni siquiera nos importa la misma posibilidad de vida en nuestro planeta? ¿Tan irresponsables y tan egoístas somos que optamos por dilapidar en pocos años las riquezas de la Tierra y dejar en la indefensión a quienes vengas después, sólo porque hemos adoptado una ideología para la que sólo cuenta el beneficio económico y que se basa en el egoísmo, el individualismo y la competencia más feroz? Otro mundo es posible, y de nosotros depende . Depende de nuestra conducta diaria, de nuestro compromiso con los pobres, con el planeta y con el futuro.