Enrique Díez y Loles Dolz
Se ha hecho famosa en las redes sociales la etiqueta #wertnodoyuna, en clara referencia y alusión a las innumerables y continuas ocurrencias y despropósitos del nuevo Ministro de Educación, José Ignacio Wert.
Apenas lleva unas semanas en el Ministerio de Educación y ya ha conseguido popularizar la “marca de la casa”: #wertnodoyuna. Su primera comparecencia en la Comisión de Educación del Congreso nos ha dejado entrever algunas de estas “ocurrencias ideológicas” que van a marcar las reformas educativas que propone. Destacan dos impresiones iniciales: la primera, que ha entrado como elefante en cacharrería, con medidas precipitadas y sin tener en consideración a la comunidad educativa; y la segunda, que parece desconocer el terreno que pisa -bien es cierto, que viene de un entorno ajeno-, aunque sin embargo pontifica como si fuera experto en el tema. Algunas de sus frases paradigmáticas, durante su comparecencia, muestran claramente estos dos aspectos.
Afirmar que “el incremento de los recursos educativos lleva a un deterioro de los resultados” y que “incluso la literatura científica documenta numerosos casos de un efecto contrario” no sólo muestra que no ha debido leer -o al menos comprender- ninguna literatura científica sobre el tema, sino que es capaz de inventarse las más rotundas afirmaciones con todo desparpajo sin ningún tipo de empaque. El problema es que actualmente representa al Ministerio de Educación y no está ya en una tertulia radiofónica donde, como tertuliano, se puede permitir el lujo de hacer aseveraciones sin ningún fundamento en un intercambio de meras opiniones. La literatura científica muestra que la media de inversión de la UE se sitúa en el 5,5% del PIB, mientras que nosotros estamos en el 4,3% y que países como Finlandia, que aparece como paradigma de éxito escolar en los resultados de evaluaciones internacionales, es del 6%. Y todas las investigaciones internacionales muestran que hay correlación entre el nivel de inversión en educación y los resultados del sistema educativo.
Achacar el alto grado de fracaso y abandono escolar prematuro en Ceuta y Melilla a “la avalancha marroquí”, que acude a beneficiarse de su educación gratuita, supon, no sólo una falsedad, pues el porcentaje de alumnado inmigrante en estas dos ciudades es inferior al de muchas comunidades autónomas, sino una concepción tan xenófoba que no es de extrañar que acabe siendo denunciado por asociaciones y ONGs por apología del racismo. Por supuesto parece absolutamente ajeno y desconocedor de la literatura científica sobre educación intercultural e inclusiva.
Concebir que “la educación de 0 a 3 años” no es educación, sino conciliación como ha dicho Wert “con toda franqueza”, nos retrotrae a la época de las guarderías y a equiparar educación temprana con cuidado. Si tuviera más conocimientos en este campo sabría que esta es una etapa educativa con identidad propia, cuya finalidad es contribuir al desarrollo físico, afectivo, social e intelectual de los menores y dar respuesta a sus necesidades educativas. Que además contribuye a atenuar, entre otras, las desventajas sociales, culturales y lingüísticas del alumnado que proviene de entornos desfavorecidos. De hecho, lo que sí afirma toda la literatura científica, es que la escolarización en edades tempranas es uno de los factores más determinantes para conseguir que los estudiantes alcancen mejores resultados.
Sorprende la desfachatez en sus afirmaciones, sin ningún fundamento, permitiéndose el lujo de aseverar que “en lo que la literatura científica es absolutamente coincidente es en que existe una correlación positiva entre la condición temprana de la elección del itinerario y el éxito escolar, la reducción del fracaso escolar”. Esta aserción no responde de ninguna manera a la tan citada por él “literatura científica”, sino que lo que revela es un posicionamiento ideológico previo que sirve para justificar la segregación temprana del alumnado recuperando los viejos “itinerarios”, tan queridos y defendidos por el PP, utilizando la retórica de hacer “más flexible” la secundaria. Contrariamente, lo que afirma la literatura científica es que este modelo segregador supone abandonar la comprensividad de la educación obligatoria, separando al alumnado de ESO cuanto antes para que sólo algunos, los “excelentes” (quienes se han adaptado y asimilado al sistema), tengan éxito escolar y arroja a los “itinerarios basura” al alumnado con mayores dificultades, con la pretensión de que “no entorpezcan” a los “supuestamente excelentes”. No se puede lograr la cohesión social separando al alumnado, cualquiera que sea el criterio, en las etapas obligatorias de la enseñanza, porque, como dice Gimeno Sacristán -éste Catedrático sí es un experto en la materia-, detrás de muchos argumentos a favor de la segregación y la elección, más que fervor liberalizador, lo que esconden los privilegiados es el rechazo a la mezcla social, a educar a los hijos con los que no son de la misma clase.
Los modelos de superación del fracaso escolar basados en evidencias científicas, ya experimentados y constatada su efectividad en países como Finlandia -país con unos resultados educativos excelentes reconocidos a nivel mundial-, se basan, contrariamente a lo afirmado por Wert, en “agrupamientos heterogéneos” que hacen posible la atención personalizada de todo el alumnado, especialmente de quienes más lo necesiten, sin sacarlos de clase, mediante metodología de trabajo en grupos cooperativos, con el trabajo conjunto y coordinado del profesorado especialista en el aula, trabajando ellos también en equipo en el aula. Medidas que deberían acompañarse, como en estos países, de la reducción de alumnado por aula y profesor; la potenciación de la atención tutorial y la dotación de servicios de orientación a todos los centros públicos, incorporando nuevos perfiles profesionales: educadores y trabajadores sociales, mediadores interculturales, etc.
La medida de reducir un año la educación secundaria común implantando el bachillerato de tres años supone una medida segregadora al establecer vías selectivas del alumnado antes de tiempo, quebrando así una de sus finalidades esenciales: garantizar una formación básica común equiparable para toda la población escolar. Esta medida es un nuevo pretexto para seguir derivando recursos públicos hacia la enseñanza privada, ya que encubre una estrategia oculta para concertar todo el Bachillerato, como él mismo se encargo de avanzar en su comparecencia: “ver qué mecanismo arbitramos” para concertar el bachillerato, porque “tampoco nos aferremos a clichés o a prejuicios sobre la conveniencia de extender la gratuidad”. Incluso habla de que “en el tema del bachillerato no tenemos por qué estar cerrados a fórmulas financieras que faciliten el que la gente participe”. Cuando dice “gente”, claro está, piensa en empresas y organizaciones religiosas. En efecto, con esta propuesta de Wert el primer curso de Bachillerato se cursaría como último año de las enseñanzas obligatorias, por lo que podría concertarse “con pleno derecho”. De este modo se abre la vía para que los siguientes dos cursos de bachillerato tengan que concertarse también (aunque no se declaren obligatorios), por lo que se acabaría concertando la etapa entera, una vieja aspiración de la patronal de la enseñanza privada concertada.
Todas estas medidas precipitadas, poco meditadas y erráticas parecen responder, no a planteamientos pedagógicos o mínimamente avalados por la comunidad científica internacional en este campo, sino a improvisaciones con la intención de mostrar a quien le nombró que está haciendo rápida y diligentemente los deberes. Pero las medidas que se proponen en un tema como es la educación de nuestras futuras generaciones deberían estar avaladas por algo más que las opiniones y las ocurrencias. Sería lo mínimo que se debería pedir a quien está dispuesto a asumir la responsabilidad del Ministerio de Educación de un Estado.
José Ignacio Wert, supuestamente “independiente políticamente” desde que abandonó su militancia en el Partido Demócrata Popular (PDP), se presentaba ahora como exponente del sector “liberal” y “moderado” del PP. Pero, en apenas unas semanas, ha pasado a convertirse en una de las principales y más visibles puntas de lanza de la contrarreforma ideológica puesta en marcha por el Gobierno del PP. Parece más bien que con sus sucesivos dislates, justificando por ejemplo la desaparición de la asignatura de Educación para la Ciudadanía con falsedades, al presentar como un manual de dicha materia un libro que no tenía esa condición, o afirmando que las mejores universidades son las que están más mercantilizadas, o iniciando una guerra contra los temarios de las oposiciones docentes para retrotraerlos a hace 19 años obligando a estudiar cómo funciona el magnetofón, lo que pretende es extender una cortina de humo para distraer la atención principal de la ciudadanía, centrada en la preocupación creciente por la gravedad de la crisis económica y el disparado aumento del paro, que han multiplicado exponencialmente sus compañeros y compañeras de equipo de gobierno con la nueva contrarreforma laboral y los recortes continuados. Parece pues, que en esta estrategia clásica del “pan y circo”, el Sr. Wert se encarga del circo, mientras que los otros se encargan de apuntalar el saqueo del pan.
Enrique Díez y Loles Dolz pertenecen al Área Federal de Educación de IU.