El IES Zorrilla pertenece a los llamados “instituto patrimonio educativo” junto con otros de Castilla y León (como el IES Cardenal Mendoza en Burgos) o en toda España, como el Ramiro de Maeztu en Madrid, heredero de la Institución Libre de enseñanza. Cuenta el inicio de este instituto de Valladolid, José Luis Orantes de la Fuente. Presidente de la Asociación de Amigos del Instituto Zorrilla. Catedrático Jubilado.
Cualquier vallisoletano de cierta edad reconoce que el edificio de ladrillo rojo, sito en la Plaza de San Pablo y al lado de uno de los monumentos más reconocidos de la ciudad, es el ‘instituto’ en singular, puesto que durante muchos años este era el único centro público en el que se podía cursar el bachillerato
Es cierto sin embargo que esa unicidad arquitectónica contenía una duplicidad funcional. Por las mañanas era el Instituto Masculino “Zorrilla” y por la tarde el Femenino “Núñez de Arce”. Mi ingreso como alumno en este centro el curso 1968-69 coincidió con dos eventos singulares: la inauguración de la primera piscina cubierta de Valladolid en los campos deportivos del Zorrilla y el último año de la cohabitación con el Núñez de Arce, que pasó en el curso siguiente a su ubicación actual en el paseo de Isabel la Católica.
Para entender la singularidad del Instituto Zorrilla hay que remontarse al ordenamiento de la segunda enseñanza o media en España que se realiza en el siglo XIX. La Ley Pidal (1845) es el primer intento (liberal) de organizar la Instrucción Pública en España lejos de la tutela eclesiástica. A pesar de su fracaso político, genera la estructura administrativa a la que dará continuidad la Ley Moyano de Instrucción Pública (1857). Esta ley, que ha sido la de mayor tiempo de vigencia en España (y muy probablemente seguirá siéndolo durante mucho tiempo) contemplaba en su artículo 115:
«Para el estudio de la segunda enseñanza habrá Institutos públicos que, por razón de la importancia de las poblaciones donde estuvieren establecidos, se dividirán en tres clases, siendo de primera los de Madrid; de segunda los de capitales de provincia de primera o segunda clase, o pueblos donde exista Universidad, y de tercera los de las demás poblaciones.»
De esta manera se crea el Instituto de Segunda Enseñanza de Valladolid, junto con otros 66 centros equivalentes. Hay que señalar que, al existir en Valladolid la Universidad Literaria, los estudios equivalentes venían realizándose ya en su institución. Este hecho es una circunstancia diferenciadora con el de otros Institutos surgidos en ciudades o pueblos sin tradición universitaria. Allí, por lo general, se transforman en Institutos centros de carácter público o semi-público que venían ejerciendo dicha enseñanza, permitiendo una continuidad institucional e, incluso, patrimonial. Por el contrario, en el caso de Valladolid, la ley Moyano obliga a la emancipación del útero universitario, teniendo que iniciar el Instituto su andadura sin ningún tipo de recursos, según denuncia el primer director D. Joaquín Federico de Rivera en la Memoria de 1860.
Al carecer de edificio propio, se le otorga su primera ubicación en el viejo caserón de la Hospedería del Colegio de Santa Cruz, cuyo estado resultaba bastante inconveniente para la enseñanza. Por esta razón, el Instituto de Valladolid, a diferencia de otros de ciudades carentes de Universidad, nace en una situación bastante precaria. De hecho, las asignaturas de carácter experimental (como Física y Química o Historia Natural) continuarán dándose durante algunos años en el edificio de la Universidad.
Debemos hacer referencia obligatoria al profesorado que, en aquellos primeros años, empieza a ocupar las cátedras del Instituto. La Ley Moyano crea el cuerpo de catedráticos de estos centros, estructurando y reglamentando la carrera docente. Esto permitió el acceso a la docencia de un buen número de jóvenes dispuestos a considerar la educación, no solamente como un medio de vida, sino como una poderosa palanca de transformación social. No es extraño ver cómo muchos de estos jóvenes profesores estaban fuertemente comprometidos políticamente a nivel local e, incluso, a nivel nacional. Algunos de ellos tuvieron una participación más que notable en “la Gloriosa” (1868) y en la Primera República, como es el caso del catedrático del Instituto José Muro que fue ministro en ese breve periodo. Poco después llegará al mismo otro personaje, figura clave del regeneracionismo, como fue Ricardo Macías Picavea que, a pesar de muerte prematura en 1899, dejó una profunda huella en la ciudad y en el Instituto.
A pesar de precario edificio que ocupaba el Instituto, muy pronto empezó la adquisición de enseres y material científico, bajo el impulso del catedrático de Física y Química D. Francisco López Gómez. Secretario del Instituto durante 28 años (en 1892 se traslada al Instituto de Santander) y hermano del que fuera rector de la Universidad de Valladolid (D. Manuel), cuyos apellidos dan título a la conocida y céntrica calle de la ciudad.
A este personaje debemos la mayor parte del patrimonio de los Gabinetes de Física y Química e Historia Natural del que hizo un extraordinario acopio. Patrimonio abundante en su momento que se ha visto reducido y esquilmado por varios motivos.
En primer lugar, el descontrol de las reformas del centro en los años 60 y la siguiente década de los 80 del siglo XX y la salida de más de la mitad de sus fondos de Historia Natural a una exposición, hacia 1962, de la que no retornaron. Estos elementos pueden contemplarse en el Museo, propiedad de la Universidad de Valladolid, ubicado en el Colegio Público García Quintana sin que, por el momento, se haya reconocido oficialmente el origen auténtico de dichos fondos.
Para finalizar este esbozo de la historia primitiva del Instituto Zorrilla, dedicaremos las líneas siguientes a comentar las circunstancias de la construcción del actual edificio del centro.
Tal y como relata el director del Instituto, D. Policarpo Mingote Tarazona, en su estupenda Memoria de 1908, en los primeros días de enero de 1901 se produce el desplome de una de las paredes del viejo caserón de Santa Cruz. Ello obliga a reubicar a los alumnos en varios edificios. Uno de ellos fue el Colegio de San Gregorio, que ya en esos momentos hacía las funciones de Museo de Escultura. Se aceleran los trámites para la construcción de un nuevo edificio cuyo proyecto realiza el arquitecto local D. Teodosio Torres. Tras conseguir los fondos necesarios, gracias a las gestiones de los políticos locales en Madrid (Gamazo, Alba y Silió), rápidamente se inician las obras que culminarán con la inauguración del edificio en octubre de 1907. El inmueble fue una construcción pionera y ejemplar en muchos aspectos arquitectónicos y observó un riguroso empeño educativo. D. Teodosio mantuvo una receptiva colaboración con la comisión encargada del seguimiento de las obras, de la que formaban parte catedráticos del centro.
22 de marzo de 2019
Así pudo dar comienzo la segunda etapa de la vida del Instituto Zorrilla, pero eso será tema de otro artículo, si hubiera lugar.