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Participación
en el aula y centro Introducción La Constitución reconoce la participación del alumnado, de las familias, del profesorado..., en el control y gestión de todos los centros sostenidos con fondos públicos. Las leyes y normativas desarrollan el derecho a la participación como un instrumento válido, pero la falta de preparación, de medios, la poca tradición participativa, el escaso interés de las instituciones, hace que la realidad no responda a las expectativas creadas y que en la actualidad exista poca participación a todos los niveles y en todos los sectores. La LOPEG tampoco aportó novedades, al menos de avance. El contenido no planteó ningún cambio con la situación anterior y se limitó a recordar la necesidad de la participación y los mecanismos que se habían establecido para canalizarla. Ante esta situación en la que el marco institucional existe, pero en la que que la participación no puede desarrollarse en el vacío, solamente con intenciones, en la que la participación es más formal que real, resulta imprescindible tener en cuenta los condicionantes sociales y educativos que dificultan o favorecen la participación. A la vez, hay que definir los cambios necesarios, llevando a la práctica los que estén en nuestras manos y reivindicando aquellos que nos trascienden, generando en uno y otro caso una profundización de los procesos participativos.
Condicionantes El contexto en el que en la actualidad estamos inmersos, corresponde a un modelo social que lleva implícito en su definición la participación, que da cabida a todo tipo de colectivos, organizaciones y movimientos, pero que paradójicamente puede anular la participación real. Nos referimos a que aún existiendo esa posibilidad, hoy la sociedad se caracteriza por la ausencia de movilización y escasa conciencia alternativa, que no enfrenta problemas profundos y conflictivos que requerirían extensas transformaciones sociales y culturales. ¿Por qué?. Algunas razones serían: el modelo social imperante con unos grupos sociales reducidos que toman las decisiones importantes, hace que el modelo de sociedad participativa, donde los individuos son los verdaderos protagonistas en la toma decisiones de forma consensuada sea algo marginal, y la ciudadanía se convierta en ejecutora pasiva de las directrices trazadas por otros. La similitud con la forma de producción y el trabajo desarrollado por la mayor parte de los miembros de la comunidad no facilita el reparto de tareas y responsabilidades. Cada miembro, en los distintos espacios en que se relaciona, lo hace con conciencia individual y no colectiva. La falta de intereses comunes y la singularidad en el futuro lleva a la competitividad, se lucha por una situación de mayor bienestar y mejor puesto en la escala social, que sólo puede ser ocupada por un número limitado de personas, las demás son competidoras por un puesto y nunca colaboradoras en busca de una situación común mejor.
Cambios necesarios Los centros educativos tienen ante sí restos ineludibles que permitan avanzar hacia una auténtica participación y gestión democrática:
El Consejo escolar (C.E.) es el máximo órgano de gobierno del centro que concreta las actuaciones de gestión y ejecución, de coordinación y de evaluación. Por lo tanto, la participación en los C.E. ha de implicar la colaboración y la corresponsabilidad de todos los sectores. Sin embargo, la realidad muestra que:
Conseguir una participación efectiva por parte de todos los sectores de la comunidad educativa precisa avanzar hacia la simplificación de las estructuras de participación y de decisión. Para ello, el fomento y la institucionalización de estructuras intermedias de participación de los diferentes sectores, que permitan un primer debate y análisis en profundidad de los temas a tratar en el Consejo, puede ser una vía de desarrollo de la cultura de la participación en el centro educativo; estructuras que por otra parte, actualmente, sólo dispone el sector del profesorado con las reuniones de nivel, etapa, ciclos, seminarios, departamento, claustro..., etc. No obstante es importante la potenciación de las estructuras actuales ya reguladas. La participación del alumnado en los Consejos Escolares, después de tanto tiempo funcionando, es un ejemplo de participación formal y no real: es simbólica, no tienen posibilidades reales de participar en la toma de decisiones ni canales para que pueda surgir ; la imposibilidad de influir en la toma de decisiones incluso sobre asuntos que les afectan directamente frena la motivación y es un obstáculo para aprender a participar. A este comentario habría que añadir, los condicionantes sociales que favorece un modelo de comportamiento, de compromiso y no otros En una sociedad democrática la escuela ha de dotar al alumnado de instrumentos que les ayuden a conocer las diferentes visiones y opciones y les ha de proporcionar progresivamente la metodología para analizar la realidad social, con la que poder transformarla desde comportamientos conscientes y autónomos. La participación se convierte, pues, en un objetivo, un proceso y un contenido. Como objetivo a conseguir, debe planificarse como tal y, por tanto, tener sus espacios y tiempos en la vida del centro y en la dinámica cotidiana del aula. También es un proceso (no puede ser de otra manera), y como tal tiene que ser continuo y mantenido en el tiempo para que pueda crecer y madurar. A participar se aprende participando, desde los niveles más elementales a otros más complejos. Sin embargo, y esto no siempre se tiene en cuenta, se convierte también en un contenido a trabajar: la participación forma parte de la vida ciudadana y por tanto es una contenido más a incluir. Para desarrollarla, se deben tener una serie de conocimientos, es necesario dominar unas habilidades y se relaciona con ciertas actitudes. Elegir la participación como un "eje” educativo implica el desarrollo de (en todas las personas implicadas y a diferentes niveles según la edad):
No se puede avanzar adecuadamente en la participación sin que la metodología cotidiana sea coherente con y favorecedora de lo que se pretende ( “a participar se aprende participando”). La participación de las familias precisa establecer una coherencia entre ellas y el centro educativo, un entendimiento en cuanto a valores, objetivos, experiencias y conocimientos. La apertura debe ser mutua entre familia y centro. Conocer y admitir las expectativas que ella tiene respecto a la educación de sus hijos e hijas, llegar a percibir que se puede establecer una conexión con el quehacer escolar, que pueden aportar algo. A la inversa, el centro debe hacerla partícipe de lo que pretende, de su manera de trabajar, del sentido de las innovaciones, del progreso o dificultades de sus hijos/as... Las reuniones de nivel, las asambleas y actividades de las Asociaciones de Padres/Madres, los Consejos de Centro, cobran de esta manera su verdadera dimensión y convierten la participación en real. Los centros educativos y el entorno. Los centros forman parte de la sociedad, aunque a menudo aparezcan como un sistema aislado. Integrarse en el entorno supone:
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