Isabel Andrés . Miembro del grupo de trabajo La Ciudad de los Niños de Acción Educativa
Este artículo corresponde a la ponencia que Isabel Andrés impartió el Encuentro de Verano del 1 de julio de 2010, como final de los Proyectos de Intervención 2009-2010 que organiza Concejo Educativo de Castilla y León.
Este proyecto se basa en la propuesta de Francesco Tonucci recogida en el libro “La ciudad de los niños”, publicado en España por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
Gira en torno a dos ejes principales: Autonomía y Participación infantil. No es un proyecto escolar, no se puede encargar a la escuela toda la educación que un ser humano necesita, una parte pertenece a la familia y otra a la sociedad, que tiene que ofrecer suficientes oportunidades y estímulos para que el niño vaya aprendiendo todo lo que necesita saber para desenvolverse de forma autónoma y plena. Por tanto, aunque no es un proyecto escolar, es un proyecto educativo en el que la escuela puede colaborar.
Hemos dicho que no es un proyecto escolar, tampoco es un proyecto para la infancia. No es tanto, un empeño en dar más servicios o actividades a los niños que, en general, suele haber suficientes, incluso en exceso, sino, con ellos hacer una ciudad diferente.
Es un proyecto para toda la ciudad. Una nueva filosofía de gobierno que asume al niño como parámetro de calidad. Si una ciudad es buena para los niños también lo será para otros ciudadanos, en especial para los colectivos más débiles. La cuestión es cómo hacer una ciudad buena para los niños y las niñas, a quién preguntar, qué técnicos son los más competentes en saber lo que los niños necesitan.
Pensemos en cómo son hoy nuestras ciudades y en función de qué interés se planifican. Dice Tonucci que antiguamente, en el imaginario infantil, teníamos miedo al bosque, que allí se encontraban todos los malos y todos los peligros: brujas, ogros, lobos, dragones… y en la ciudad se encontraba la protección, la compañía, el mundo civilizado y el intercambio. Sin embargo hoy, se cree que los peligros están en la calle, los riesgos de accidentes y agresiones, y por eso nos encerramos en nuestras casas, nos aislamos y solos, nos hacemos todavía más vulnerables.
¿Alguien se ha preguntado por qué el flautista de Hamelín se lleva a los niños y no se lleva al alcalde y a sus concejales, que en realidad eran los que habían incumplido su compromiso?, ¿hubiera sido eso un castigo para la ciudad?, sin embargo, ¿hay mayor castigo para una ciudad que perder a sus niños? ¿se pueden reemplazar los niños por otros colectivos?. Pues ese es el mismo castigo que estamos sufriendo hoy en las grandes ciudades. Los niños y las niñas están desapareciendo de la ciudad y no se los ha llevado el flautista.
Los niños están en sus casas-fortaleza, solos, aprendiendo a ser consumidores sumisos por medio de los únicos que sí pueden entrar en nuestro hogar y en nuestra cabeza, y el resto del tiempo lo pasan en instituciones: colegio, polideportivo, biblioteca, ludoteca…a cargo de adultos que todo lo regulan y lo jerarquizan.
Pero ¿por qué vivimos así? Si es más caro, más aburrido, más complicado… vivimos así porque tenemos miedo a la calle. Sin embargo, las estadísticas dicen claramente que la mayoría de las agresiones y de los accidentes que sufren los niños se producen en el ámbito familiar y por personas próximas a ellos. Por tanto, tenemos que reconocer que este miedo es interesado y artificial que, obviamente, a alguien beneficia y que ha producido importantes cambios en la fisonomía de las ciudades.
Con la llegada de familias procedentes de otros países podemos observar a grupitos de niños que están en la calle, sin más cuidados que los que se proporcionan unos a otros y no les ocurre nada, aunque algunos lleven poco tiempo en la ciudad, incluso no sepan el idioma ni las costumbres.
Esta visión nos provoca la añoranza con la que, los que tenemos cierta edad, recordamos nuestra infancia de juegos en la calle. Siempre como algo positivo, como una gran oportunidad de aprendizaje donde el control social era suficiente para garantizar la seguridad.
Si nos fijamos, casi todos los proyectos destinados a los niños y las niñas giran en torno a necesidades que no son las suyas, los horarios laborales de los padres que hay que cubrir con actividades escolares y extraescolares, muchas de ellas en torno a cuestiones preventivas diversas: drogodependencias, seguridad vial, trastornos de la alimentación, medio ambiente… que pretenden remediar los males que ocasiona nuestra forma de vivir. Se abordan las consecuencias pero no las causas (ej. La obesidad infantil, de la que vamos a oír hablar mucho en los próximos tiempos)
Ocupamos de forma irracional la jornada de los niños y no dejamos tiempo para la práctica del juego libre, tampoco dejamos espacios que lo propicien. Con mucha frecuencia se confunde el juego con actividades organizadas por adultos. Ir a la escuela de fútbol no es jugar al fútbol.
Debemos reivindicar y potenciar otras formas de aprendizaje, el aprendizaje ente iguales, el aprendizaje por inmersión, por la experimentación, por la investigación. Aprender a través de la observación directa de las cosas.
De esta forma, la autonomía la irán adquiriendo los niños y las niñas mediante esta experimentación práctica: saliendo a la calle, aprendiendo a ir a los sitios, adquiriendo sentido de la orientación, observando a las gentes y su forma de comportarse, asumiendo responsabilidades, y sobre todo jugando, con sus iguales. Esto no puede aprenderse en los libros, o en un ordenador o mediante una conferencia. La pérdida de autonomía de los niños en el mundo occidental desde la década de los 70 es abrumadora.
Esta es la primera generación de niños y niñas que no anda libremente por la calle y ello tendrá su repercusión, no sólo en su desarrollo como personas sino en la sociedad que van a construir, en los derechos que van a defender. Los niños son el único colectivo al que se les impide disfrutar de lo que son hoy por lo que serán mañana, pero ¿cómo será el mañana que nos espera?.
A estas reflexiones hay que añadir la necesidad de tener una actitud crítica respecto a la democracia que estamos viviendo, cada vez más limitada a votar cuando nos dicen y a quien nos proponen. Es necesario trabajar por una democracia participativa, más real, en la que los ciudadanos seamos los protagonistas y no los sujetos pacientes de decisiones que se toman en nuestro nombre, y cuando decimos ciudadanos, nos referimos, obviamente, a todos no sólo a los que tienen edad de votar.
Respecto a la participación, ocurre lo mismo que con la autonomía, se aprende a participar participando. Aquí los educadores tienen una tarea fundamental. En el proyecto Ciudad de los Niños es imprescindible que los niños y niñas sepan en qué van a participar desde el primer momento.
Este proceso debe hacerse con sumo cuidado: los niños no se pueden utilizar como motivo ornamental, ni para que respalden nuestros puntos de vista, no son una operación de imagen para demostrar qué buenos demócratas somos. Asistir no es participar.
Tampoco se trata de un foro para pedir cosas, ni para jugar a la representación de un ayuntamiento en miniatura (no es juego simbólico), es participar para tener la posibilidad de cambiar algo, de tomar decisiones. Dar participación es repartir poder. ¿Quién conoce mejor las dificultades que plantea el entorno para los niños que ellos mismos? Escuchemos sus propuestas y analicémoslas con ellos.
Todo esto hay que procurar explicarlo con claridad, con un lenguaje inteligible y con el tiempo suficiente, siempre teniendo en cuenta que los tiempos de los niños son distintos a los de los adultos.
La metodología debe ser novedosa, lúdica y lo más alejada posible, tanto de las rutinas escolares como de la imitación de las formas de participación de los mayores.
Hay que enseñar a los niños a librarse de los estereotipos, de decir aquello que se supone que esperamos que digan, de las respuestas obvias o triviales y sobre todo, de las políticamente correctas.
Otra cuestión importante a tener en cuenta es que los educadores no son los portavoces ni los intermediarios de las autoridades, ni los representantes de los niños. Tienen que acompañar el proceso, ayudar a desencadenarlo, documentarlo, evaluarlo… pero sin perder de vista que no son los protagonistas, no es su proceso de participación, es el de los niños y las niñas.
Para explicar cómo se organiza partiré de la experiencia de Galapagar, que conozco porque yo era concejala de educación y servicios sociales cuando se puso en marcha (2000-2003).
Como hemos dicho, el proyecto implica una nueva forma de gobernar la ciudad, una nueva forma de diseñar los espacios urbanos que condicionará las relaciones entre los vecinos, por tanto, corresponde al Alcalde y a su equipo de gobierno, la iniciativa de ponerlo en marcha.
Se articula a través de un Consejo de Niños (en torno a 20), de 10 y 11 años, que asesorará al Alcalde en asuntos que éste les encargue. El encargo tiene que ser concreto y práctico, que pueda llevarse a cabo en un tiempo razonable. También los Consejeros pueden tomar iniciativas que consideren importantes, estudiarlas y proponerlas al Alcalde.
Una vez que el equipo de gobierno tomó acuerdo formal de impulsar este proyecto, se buscaron “aliados” entre la población adulta: Directores de los colegios, tutores de 5ª y 6ª, Consejos Escolares, padres de los Consejeros (una vez fueron elegidos éstos), AMPAS y otras asociaciones vecinales.
El trabajo con los niños y niñas lo hizo una educadora, contratada por el Ayuntamiento y asesorada por Acción Educativa. Lo primero, fue explicarles la propuesta y preguntarles si estaban dispuestos a participar en ella, después se organizaron unas elecciones entre los que querían pertenecer al Consejo. También podría haberse hecho por sorteo, o mitad y mitad, con el fin de conseguir una mayor pluralidad.
Esto se hizo en tres sesiones en horario lectivo y con la autorización de los centros. Es la única intervención que se hace en los colegios. El resto del trabajo se hizo en dependencias municipales o en la calle, en reuniones quincenales fuera del horario escolar.
Al mismo tiempo se estableció un grupo de trabajo formado por trabajadores municipales del área de educación y de servicios sociales como un espacio permanente de reflexión sobre participación infantil que se reunía una vez al mes, intentando buscar la coherencia en todas las actuaciones municipales, también asesorados por Acción Educativa.
Se constituyó el Consejo de Niños en acto público y solemne, y en ese momento el Alcalde les hizo el primer encargo: “El diseño de la remodelación de la plaza de la Constitución”.
Otras iniciativas en las que participó el Consejo de los Niños fueron: Rutas seguras, Adopta un abuelo (juegos sin juguetes), Multas simbólicas, Campaña contra las cacas de los perros y la remodelación de otros espacios públicos.
El proyecto fue premiado por el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid. También los niños y niñas participaron en diversos foros, por ejemplo, como ponentes en la Escuela de Verano de la Universidad Complutense junto al Defensor del Menor…
Y para terminar, introduzco una última reflexión por medio de otro cuento muy conocido de Andersen, “El Traje Nuevo del Emperador”, donde queda de manifiesto que muchas veces los que toman las decisiones son adulados por quienes tienen que aconsejarlos, bien por miedo bien por oportunismo y si escucharan la voz de los niños evitarían que más de una vez se quedaran con las vergüenzas al aire.
Isabel Andrés.
Miembro del grupo de trabajo La Ciudad de los Niños de Acción Educativa.
Valladolid, julio de 2010